domingo, 27 de julio de 2014

Mis ¿adorables? vecinos


Allá por dos mil diez encontré un trabajo en Holanda buscando a través de internet. La entrevista tuvo lugar muy poco tiempo después de aquella infame final futbolística entre España y Holanda, por lo que pensé que no me contratarían. Pero lo hicieron. Disponía de un mes para encontrar alojamiento e instalarme en el país de los tulipanes. No tuve más remedio que localizar mi primera casa también a través de internet, lo cual no resultó nada fácil (esta historia daría para hablar largo y tendido). El caso es que algo encontré, y obviamente tecleé la dirección en google view para verificar que dicha vivienda existía. Las imágenes mostraban lo que parecía ser una casa de bien, grande de más para los cuatro inquilinos que se supone seríamos y que se alzaba solitaria en medio de la nada. Cuando por fin me personé físicamente en medio de esta estampa, una tarde de octubre en que la lluvia me calaba los huesos y me las veía negras para sujetar a duras penas ora dos maletas de quince quilos ora mis pantalones, que resbalaban hacia abajo por haberse quedado el maldito cinturón olvidado en el control de seguridad del aeropuerto, observé algo extraño: Mientras una mitad de la casa era sobria, rodeada por un jardín en el que un único árbol de hoja caduca destacaba entre el césped mal cuidado, en la otra florecía una colorida orgía de petunias y rododendros. Además había dos puertas.